martes, 2 de agosto de 2016

Le Mont Ventoux

Decenas de kilómetros antes de nuestra llegada al primer destino de nuestro viaje por tierras galas, una mole montañosa levantaba desafiante su silueta entre una llanura plagada de viñedos

Estábamos llegando a Maluacene. Era poco más tarde de las 10:00 de la mañana y nuestros cuerpos llegaban con más ilusión que energía.

La noche en vela, conduciendo durante 13 horas había hecho mella, pero el ambiente ciclista que respiraba esta bonita localidad hacía de opio para nuestro cansancio.
Le Mont Ventoux
La recepción en el hotel Le Blueberry no fue muy agradable. Pegas para darnos la habitación, y pegas para darnos de desayunar. Nos dimos de bruces con los horarios estrictos de los franceses y su poca amabilidad con los españoles. Pero eso nos nos iba a estropear nuestro primer día por tierras vecinas.

Un simple café, bollería del supermercado y cambio de muda en la misma calle. Una hora después de la llegada, estábamos preparados para subir nuestro puerto de hoy. El Mont Ventoux.
Silueta sobre la llanura de viñedos
Centenas de ciclistas, venidos desde diferentes nacionalidades, cruzaban la ciudad en peregrinaje hacia el Monte del Viento; donde ese día, 14 de julio, fiesta nacional francesa, terminaría la duodécima etapa de este Tour de Francia 2016.


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Pronto nos unimos a ellos, para tomar camino hacia Bedoin, localidad de inicio oficial de puerto a este mítico coloso de la ronda gala.

Para llegar hasta allí, doce suaves kilómetros que bien sirvieron para poner a punto nuestras piernas con una suave tachuelilla de nombre "Madeleine", que nada tiene que ver con el otro de los colosos franceses.

También sirvieron para tener una primera toma de contacto con las peligrosas ráfagas de viento, tan usuales en la zona, que en esta ocasión habían obligado a recortar la llegada seis kilómetros antes de a cima. A la altura del Chalet Reinard, justo donde el bosque deja desprotegido al ciclista. Justo donde emerge esa imagen lunar, tan característica de esta subida.
Mucho ambiente festivo
Si en Maluacene el ambiente ciclista era fastuoso, en Bedoin resultaba grandioso. Masas de ciclistas, espectadores y oriundos se mezclaban en las calles. Puestos, banderolas, música, pintadas... Olor a etapa de Tour.

Familias, amigos, compañeros, cicloturistas... Todos unidos por la bicicleta. Cada uno realizando su ascenso a su manera; monociclos, tándem, andando, en bici... Todos animando, y todos disfrutando de ese ambiente de celebración que todos creábamos.

Tras seis kilómetros de Bedoin, llegábamos a la curva de Saint-Esteve. Lugar donde el puerto toma seriedad. Lugar donde los porcentajes empezaban a tener dos dígitos. Lugar donde el bosque se cierra para introducirte en su áurea mágica.
Aficionados españoles
La atención se fijaba en las cunetas. Coches, autocaravanas, ambiente, barbacoas, banderas, olor a pintura fresca sobre el asfalto, a carne a la brasa, carracas, colorido... No tenía tiempo ni intención de mirar como el GPS confirmaba la dureza de estos 8 kilómetros dentro del bosque con ausencia de curvas de herradura.

Subimos sin percibir dureza. Subimos como profesionales. Subimos en volandas. Subimos alucinando con la gente.
Sintiéndonos como profesionales
Quedaba un solo kilómetro para la meta. En esta ocasión para llegar al Chalet Reinard. Para salir de la protección del bosque.

Lugar perfecto para ver el final de etapa. Pero no podía quedarme aquí, a tan solo 6 km de la torre-observatorio que corona y complementa la silueta de esta montaña.

Los gendarmes nos obligan a parar la marcha sobre la bici y nos desvían para seguir nuestra ruta poco más allá de la línea de meta.
Entrando en zona inhóspita
Desde el Chalet, aún quedan 6 km hasta la cima. 6 km aterradores, de desolación absoluta. Un auténtico paisaje lunar azotado por el sol y el viento. Una pared compuesta única y exclusivamente de rocas que nos presentan a lo lejos una silueta inequívoca. Objetivo para el día de hoy.

De alguna manera la pendiente suaviza. Pero el aire compensa para endurecer y dar fe de la fama conseguida. Rachas de aire como nunca jamás había vivido que hacían tambalear mis casi 90 kg sobre la bicicleta.

Un episodio de cabezonería era lo que estábamos escribiendo, pero también de completa necesidad. La lucha contra el dios Eólo, suprimía cualquier atención sobre otra cosa que no fuese el asfalto y la bicicleta.
Paisaje lunar
Las diferentes vaguadas van escondiendo y mostrando la afamada antena; al igual que el viento aparece y desaparece, merced de estas vicisitudes del terreno.

Mientras tanto, el paso por la placa conmemorativa del fallecimiento de Tom Simpson, que nos hace sentirnos identificados con el esfuerzo que requiere este objetivo. Pero que a la vez nos alienta de cara al último kilómetro que nos espera con una definitiva y desafiante rampa, a modo de órdago de la montaña contra el ciclista del 12%.
Sommet de Mont Ventoux, 1912 msnm
Una vez arriba, podremos parar y disfrutar de las vistas que nos impedía el esfuerzo para conseguir esta cumbre. Casi 2000 m sobre el nivel del mar. 1500 m sobre la llanura de viñedos que la rodea. Todo un monte-isla que controla desde sus alturas, cual ojo de Sauron. Mordor al estilo gabacho.

Tras las fotos pertinentes a modo de trofeo particular. Los compañeros decidieron volver sobre sus andadas para ver pasar el Tour que les regalaría en directo esa anécdota cómica de ver a Froome corriendo con la bici a rastras, sin saber ellos el porqué de esa situación.
Bicicleta de Froome
Sí supe yo el porqué, ya que mi cuerpo me obligó a descender por la otra vertiente. Solitario. Luchando con sensatez y meticulosidad contra el viento hasta llegar a Maluacene. Un descenso continuo durante más de 21 km. Toda una gozada.

En el hotel, limpio y poco más, esperé al resto de compañeros mientras observaba en la tv en directo como Froome chocaba con una moto y se veía obligado a seguir a pie sus últimos metros de etapa.
Vídeo grabado por Víctor en directo
La cena, otro episodio más del riguroso horario francés, nos obligó a desplazarnos en búsqueda de un McDonals. Para su posterior digestión acompañado de la orquesta del pueblo cantando un Paquito Chocolatero a la versión francesa que ni pizquita de gracia le hacía a mi cuerpo, deseoso de descanso absoluto.
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