martes, 2 de septiembre de 2014

ETAPA 2: SANTO DOMINGO DE SILOS - EL BURGO DE OSMA




El día siguiente amaneció antes para unos que para otros. Algunos aprovecharon para asistir a la misa cantada con los espectaculares cantos gregorianos de los monjes de Silos.

Los cuidados intensivos de Valentín mediante geles antiinflamatorios durante la noche, parecían haber conseguido remitir el intenso dolor que sufría mi maltrecha rodilla.

En el desayuno se podían observar caras ilusionadas y motivadas. Con muchas ganas de iniciar la segunda jornada donde el Cañón del Río Lobos sería el marco estrella de la ruta.

Junto al autobús iniciamos el ritual que nos acompañaría el resto de las mañanas. Bromas, voces, nervios... todo ello unido al ruidos de cadenas engrasadas y recuento de material necesario para la puesta a punto de las bicis.

Los tres primeros kilómetros de la ruta de hoy serían los más duros de toda la jornada, ascendiendo hasta la cota máxima del viaje, 1277msnm que nos daba acceso al valle del Carazo.

El callejeo por Sto Domingo ya nos daba un anticipo de lo que sería este primer sector donde las calles se empinaban sin dar tiempo a calentar nuestras piernas.

A la salida del núcleo urbano, una ancha pista se elevaba entre un bosque de sabinas en busca de un collado que parecía no llegar nunca.

El grupo comenzaba a estirarse mientras que mi rodilla comenzaba a notar molestias. Poco a poco iba perdiendo posiciones en la grupeta mientras mis compañeros me preguntaban por mi articulación. Cada vez me dolía más pero no quería que nadie lo supiese. Solo Valentín se quedó conmigo viendo como el pelotón se marchaba a lo lejos. Fue a él a quien le confesé mis verdaderas sensaciones. "Si sigo así, no voy a poder continuar"- le informaba resignado.

Una vez arriba, el grupo esperaba. Fueron tres kilómetros de auténtica agonía. Mi único alivio era que al parar de pedalear, la rodilla dejaba automáticamente de molestarme. Eso me hizo pensar que tal vez dándola el descanso necesario en los descensos y yendo suelto en las subidas, podría concluir la ruta.

El descenso rápido hacia el valle del Carazo no nos iba a permitir disfrutar de estas cinematográficas vistas. Una curva de herradura fue la culpable de que descendiésemos nuestra velocidad y nos detuviésemos para inmortalizar "El cementerio de Sad Hill" en la película de El bueno, el feo y el malo.

Una vez ya en el valle, rodamos por una pradera que obligaba al camino a convertirse en dos sinuosas rodadas que nos dirigían hacía un denso pinar. Levantando la mirada a nuestra izquierda observábamos la peculiar Peña del Carazo con sus característica geomorfología apalachense, típica de los montes de western americano.

Dentro del pinar, volvemos a encontrarnos con un leve ascenso de cotas que ascendemos entre raíces y piñas maduras en el suelo. En esta ocasión, no dio tiempo a que la molestia de mi rodilla llegase a convertirse en dolor insoportable. Entre otras cosas porque la mente intentaba evadirme de esa sensación mientras disfrutaba de este bonito paisaje.


Comenzó el descenso, sin salir del pinar. Divertido momento que terminó súbitamente cuando los compañeros empezaron a parar en seco. Manolo estaba en el suelo y se había caído "intentando esquivar" una de las piñas maduras que minaban el camino.

Continuando con el descenso, la ruta nos sacó del bosque para mostrarnos un extenso y seco prado. No importaba, tal vez meses atrás hubiese sido idílico este paraje, pero el calor de agosto nos obligaba a levantar la mirada hacia el horizonte y disfrutar del solitario valle por el que rodábamos, acotado por onduladas líneas que recortaban el espectacular cielo azul.

Nos estábamos aproximando a un arroyo que vierte sus aguas al río Mataviejas,y junto a él un pequeño robledal que es usado por la ganadería para protegerse de este sol que irrumpía con tenacidad sobre estos lares.

Con un pequeño remonte, el camino nos deja en la carretera BU-903. Tan solo habíamos rodado 10 km, pocos pero muy intensos.

Por asfalto cruzamos Carazo, y descendiendo llegamos hasta Hacinas. 8km que dieron un importante descanso a mi rodilla y dinamizaron la jornada.

En Hacinas nos detuvimos para reponer líquidos y poder observar sus característicos árboles fosilizados que hay repartidos por toda la población. También pudimos disfrutar de sus curiosas chimeneas, que presiden orgullosas los tejados de las casas de esta población.

A la salida de esta localidad, antes de cruzar el arroyo Hacinas, un nuevo percance salpica a uno de nuestros componentes con una caída donde una pequeña piedra hiere a Juanjo, haciéndole una pequeña herida.

El grupo vuelve a disgregarse mientras que rodamos por un bonito sendero paralelo a este arroyo que nos acompaña con vegetación de ribera antes de abrirse a los extensos campos de cultivos de la zona.


Fue necesaria una reagrupación para poder continuar la marcha todos juntos antes de iniciar el segundo ascenso serio de la mañana. Poco a poco fueron llegando los compañeros. Problemas de comunicación con la cobertura del móvil produjeron malos entendidos que fueron rápidamente sofocados con unas leves sonrisas de complicidad.

Habíamos llegado a Castrillo de la Reina donde buscamos sin éxito una farmacia para la herida de Juanjo. Nos desviamos por la olvidada carretera BU-8222, que da acceso a la recóndita población de Moncalvillo. Acompañados en su primer tramo por una olvidada red férrea, comenzamos el ascenso por una encajonada carretera sitiada por una vegetación que a penas permitía el paso del aire, lo que nos produjo una gran sensación de calor en estos seis kilómetros de acceso a esta localidad.

Una nueva parada para reponer líquidos en una rebosante y fresca fuente, observados detenidamente por los mayores de la localidad. Cabezas bajo el agua para reponer la temperatura corporal y dispuestos a afrontar la segunda parte del ascenso, ya por pista forestal.

Paralelos al río Ciruelos, salimos por las huertas de los lugareños y una adecentada zona de recreo. Rodamos curiosamente por "nuestra" Cañada Real Segoviana en ascenso. Bien adecentada. Tres kilómetros donde nos encontraremos con un olvidado campo de fútbol y donde nos cruzamos con una grupo de jóvenes en coche que, por su estado de ánimo, parecen venir de las fiestas del pueblo de al lado evitando el uso de la carretera convencional. Las molestias no aparecen y me hacen ir a gusto.

El último tramo del ascenso, la pendiente se eleva lo que produce que mi rodilla comience a recordarme que debo cuidarla. Bajo el ritmo y mis compañeros vuelven a adelantarme mientras me preguntan de nuevo sobre mis molestias.

En lo más alto, a la izquierda podía divisar una gran densidad de encinas como si de un tapete se tratase. Eso y la reducción de la velocidad, me permitieron coronar sin aumentar mis molestias.

El descenso fue muy rápido gracias a la buena y cuidada pista forestal que nos dirigía a Rabanera del Pinar.

En esta localidad cruzamos el arroyo del mismo nombre a la vez que nos volvemos a encontrar con las vías férreas olvidadas que hacía unos kilómetros nos habían acompañado de camino a Moncalvillo.

Un pequeño parón para volver a rellenar agua y continuamos nuestra andadura con unas repentinas pendientes que afrontábamos con un jocoso: "Jaaaaaa jeeeeeee"- a lo Bart Simpson.

Un extenso pinar nos dio la bienvenida y por él rodamos unos pocos kilómetros con pequeñas ondulaciones, haciendo este tramo muy divertido y rodador.

Pronto nos topamos con la población de Aldea del Pinar, justo después de salir de este cuidado bosque de pinos. Volvíamos a encontrarnos con el asfalto que, tras los kilómetros que acumulábamos, se agradecía en nuestras piernas.

Así pues cómodamente llegamos a Hontoria del Pinar, donde realizaríamos la parada oficial para descansar a media mañana. Las cervezas bañaban nuestras sedientas gargantas y los frutos secos nos reponían nuestras energías.

Perita y Hugo se empapaban del júbilo y festejos de la población animando a todos los que allí nos congregábamos con una divertida estampa.

Estábamos a punto de adentrarnos en el Parque Natural del Cañón del Río Lobos, la parte más bonita de la ruta de hoy.

Reanudamos la marcha y nos encontramos con el primer imprevisto. El puente que da acceso a la orilla del margen derecho está derruido por las riadas de agua de los meses anteriores. Unos lugareños nos indican que un poco más adelante podríamos vadear el río, seco en esta época del año.

Marchamos de nuevo cuando nos damos cuenta de que la rueda de Manolo está pinchada. Esperamos unos cuantos metros más adelante en busca de una sombra mientras utilizamos unos ladrillos a modo de sillas momentáneas y Hugo organiza un coro para cantarle al unísono a Valentín con voces gregorianas. El buen ambiente siempre se hace presente en los momentos de espera.

Una vez ya rodando por el Cañón, debemos decir que se puede dividir en dos diferenciadas partes. Una primera sería esta desde Hontoria hasta la carretera SO-960, que se caracteriza por ser un tramo eminentemente técnico con puntos en los que es obligatorio bajarse de la bici por el bien de nuestros huesos. Además se debía vadear en varias ocasiones el cauce del río, que por estas fechas se hallaba sin agua.

Unos hitos marcaban el paso de los kilómetros desde el inicio marcado con el km 23. Si bien es cierto es el tramo menos transitado y por tanto el más tranquilo y misterioso.

Cortados de piedra que elevaban nuestra mirada hasta lo más alto obligándonos a detener la marcha si queríamos disfrutar de este monumento natural al que acabábamos de acceder.

Por momentos se encajonaba o se abría el cauce permitiendo en certeras ocasiones divisar a buitres o aguiluchos en lo más alto.

Alguna escalera, casi al final de este primer tramo nos hizo poner en evidencia las fuerzas físicas de más de uno que casi no podía ascender con su máquina al hombro.

El tramo, se me antojó tan bello como largo. Las continuas paradas para disfrutar del entorno como las obligadas para pasar obstáculos unido al permanente estado de alarma, atención y concentración que requerían estos primeros 12 kilómetros de barranco consiguieron saturar mi mente.

Una vez en el cruce con la carretera, iniciaríamos el segundo tramo del cañón mucho más ancho y fácil, técnicamente hablando.

La belleza se mantuvo e incluso se incrementó, mostrándonos en los 11 restantes kilómetros más variedad de paisajes que en su primer tramo.

Comenzamos con un ancho valle que se fue encajonando poco a poco hasta mostrarnos perfecto meandros sitiados por elevadas paredes desde las cuales nos vigilaban los aguiluchos que por allí tienen establecida su hábitat natural.

En uno de los momento más emotivos de la mañana, conseguimos ver como casi una decena de buitres se lanzaban al aire en busca de su comida, uno tras otro fueron apareciendo tras el cortado en lo más alto.

Después de este momento, el calor era tal que el vadeo del río, realizado en varias ocasiones, se convertía en la excusa perfecta para refrescarnos y jugar cual críos quinceañeros.

Una pequeña expedición nos dejamos caer del grupo realizando decenas de fotos con las que intentábamos inmortalizar aquel momento. Cuevas y cortados cada vez más grandes y espectaculares.

Algún peregrino en sentido contrario que buscaba información de lo que le restaba de camino hasta Hontoria; pobre.

Poco a poco fuimos encotrándonos con más y más gente, lo que nos hacía de pensar que estábamos llegando al final del cañón, no sin antes observar la gran gruta y la Ermita templaria de San Bartolomé.

Desde aquí hasta el parking, la ruta se ensancha y se convierte en una adecentada pista hasta llegar a la zona de acceso en coche donde hay una fuente de agua fresca. Los cuatro rezagados ideamos una estrategia para que Valentín no se enfadase con nuestra actitud respecto del grupo, concertando que el motivo de nuestro retraso no había sido las miles de poses y paradas para fotografiarnos, sino un supuesto pinchazo en la bicicleta de Javi Lobato.

Por asfalto llegamos hasta el grupo donde nos reagrupamos y paramos a comer en Ucero un filete que nos supo a manjar. Regado con un chupito de hierbas que nos ayudó a su digestión.

El agua hizo acto de presencia de manera casi testimonial durante la comida donde se decidió si seguir el tramo proyectado originariamente o tomar el camino más corto siguiendo el curso del río Ucero por su vega hasta el destino final pasando por las poblaciones de Valdelinares y Sotos de Burgo, por una ancha pista coincidiendo con el GR-86. A una alta velocidad, llegamos a esta bella loclidad.


Un breve descanso, una ducha relajante y paseo para disfrutar del ambiente de esta población. Interesantes construcciones y sorpresa al descubrir que se encontraban en fiestas. Vestidos de sus atuendos típicos y muchas camisetas de mi querido Atleti, y es que es el lugar de nacimiento de Jesús Gil. Un buen aperitivo en un bar con porrones de cerveza y salados torreznos al son del himno del alteti me hicieron poner los pelos de punta.

Una gran cena rodeado de grandes compañeros nos incitaron a más de la mitad de la expedición a empaparnos del ambiente festivo tomando alguna copita a la salud de todos los ciclistas y animarnos a bailar alguna rondalla en el descanso de la orquesta.

Eran las 4:00 de la madrugada y a las 8:00 sonaría el despertador. Hora tope para no sufrir más de la cuenta en el día siguiente.

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